6 ene 2011

Maravillas Antiguas de Monterrey

Convento franciscano de San Andrés

1sanandres.jpg

Con la llegada de los colonizadores al noreste de la Nueva España, vinieron también los misioneros franciscanos, responsables de la labor espiritual de la región. Con la fundación de Monterrey hecha por Diego de Montemayor en el año de 1596 se otorgó a la ciudad su jurisdicción espiritual en el curato de Saltillo. Años después y gracias a las labores promovidas por el padre Baldo Cortes, se autorizo de manera formal la llegada de los franciscanos fray Lorenzo González y Fray Martin de Altamira, quienes fundaron en 1602 el Convento Franciscano de San Andrés.

En 1612 debido a una inundación se fijó el traslado del Convento a su sede definitiva, la cual se extendía de la calle Melchor Ocampo (antes San Francisco), hasta los márgenes del río Santa Catarina; de oriente a poniente corría desde una pequeña calle que topaba con la plaza mayor, calle Guillermo Prieto (conocida como de Pedro Lecea) hasta la actual Mariano Escobedo. En el presente se localizaría en el espacio en que se ubican el Circulo Mercantil Mutualista, el Palacio Municipal y el Edifico Kalos.

El Convento Franciscano de San Andrés, fue el primer y único templo de la ciudad durante un tiempo considerable. Fundado con la misión de evangelizar a los naturales, en la práctica el convento se destacó por ser la sede donde la población acudía a cultivar su fe. Incluso muchos vecinos de la ciudad pedían ser enterrados en el cementerio del Convento.

A principios del siglo XIX este antiguo monumento entro en una etapa difícil. Sus funciones como un espacio dedicado a la fe católica se vieron trastocadas por la irrupción de tropas militares, así lo ejemplifican algunas correspondencias de frailes en 1821 y 1839. Esta acción por parte de las tropas se repite durante la invasión norteamericana y la invasión francesa.

Sin embargo el acto más perjudicial para el Convento fue la aplicación de la Ley Lerdo en el año de 1859. En base a dicha ley el entonces gobernador Vidaurri impulso el Decreto de octubre de 1860, el cual perpetuó la práctica del culto católico en el templo, pero autorizo la enajenación las habitaciones y patios del claustro, mismas que fueron destinadas para el establecimiento de escuelas gratuitas a cargo del ayuntamiento. La labor educativa en el Convento se prolongó al convertirse en la sede temporal del Colegio Civil en los años de 1864 a 1870.

Una vez desocupado el edificio cambió sus funciones, y en sus piezas se instaló una cárcel municipal que operó hasta finales de siglo. Las dificultades prosiguieron, y el interés creciente de las autoridades civiles para disponer del Convento, aunado al crecimiento urbanístico de la ciudad, ocasionaron en 1867 la petición de demolición del inmueble, por parte de la comisión de policía, aduciendo mejorar la traza urbana. El gobernador Jerónimo Treviño desistió autorizar la acción gracias a la petición y argumentos del obispo Francisco de Paula Verea en defensa dijo “de este monumento histórico y venerable”.

El siglo XX sería menos afortunado para el Convento, ya que, pese haber resistido la inundación de la ciudad en 1909, y ser poco después restaurado, el templo franciscano se convirtió en una víctima de la revolución mexicana. El suceso ocurrió cuando las fuerzas carrancistas llegaron a la ciudad en los meses de octubre de 1913 y abril de 1914, ocupando finalmente la plaza de Monterrey.

Entonces el general Antonio I. Villarreal fungió como gobernador provisional y una parte de las tropas carrancistas se hospedaron en el anexo del templo. El fin del edificio franciscano estaba cerca y en un acto arbitrario los constitucionalistas ejecutaron un ataque radical y lamentable: se dio la orden para demoler el Convento y templo de San Francisco hacia 1914. La versión oficial sugiere como responsable al gral. Villarreal, otras fuentes, al coronel Jesús Garza Siller, sin haberse aclarado aún quién fue el autor responsable.

Para fines de abril y mayo comenzaron los trabajos de demolición, las tropas sacaron las imágenes de los santos, y el confesionario y otros objetos fueron quemados. Poco a poco el templo fue destruido, pudiéndose salvar solo algunas reliquias como una escultura de Santo Domingo de Guzmán, la pila bautismal, una Viga, las Campanas y la Puerta principal, algunos de estos objetos se pueden observar en el museo del obispado.

Una vez desmantelado el edificio el gobierno no pudo disponer inmediatamente del terreno, sino hasta el año 1918 en que el presidente en turno lo cedió al ayuntamiento de Monterrey. Su silueta aparece en el escudo del estado de Nuevo León.

Fuentes Consultadas:

  • Derbez García, Edmundo. “Demolición del templo de San Francisco. Una víctima de la Revolución”, en Atisbo, nov-dic. 2006, año 1-número 5.
  • Espinosa Morales, Lydia. “El Convento Franciscano de San Andrés en la ciudad de Monterrey”, en Humanistas, UANL, 1997, p. 449-482.
  • Flores Salazar, Armando V. “Del patrimonio perdido el Convento Franciscano de San Andrés”, en CIENCIA UANL, abril-junio, año 2006/vol.IX, número 002, p.122-126.


Primer Puente San Luisito.

2sanluis1.jpg

El primer puente que unió el norte de la ciudad de Monterrey con el sur fue el Puente San Luisito. Este, permitía a los residentes del popular barrio de San Luisito cruzar hacia el centro de la ciudad y evitar atravesar los insalubres vados del río Santa Catarina.

La concesión para la construcción del puente fue otorgada por el gobierno del general. Bernardo Reyes en el año de 1903 a los ingenieros Genaro Dávila y Fortunato Villarreal. En el contrato para la construcción del puente, se estableció que este fuera hecho en su parte principal de fierro y acero, por lo que se edificó con columnas de fierro y vigas y fue revestido en su totalidad en madera.

El puente que unió a Monterrey con el barrio de San Luisito, nombrado después de 1910 como la colonia Independencia, fue inaugurado el 18 de diciembre de 1904. A los lados del puente se colocaron casillas que de inmediato fueron pobladas por comerciantes de ropa, calzado, abarrotes y carnes. En tanto, el centro del puente quedó libre para el tránsito de los tranvías, coches y el público en general. Los sábados y domingos el puente se poblaba de gente que iba a realizar sus compras.

Así, el puente-mercado se convirtió gradualmente en una zona importante de comercio. Desafortunadamente un incendio en el año de 1908 acabó con este lugar. La noticia se dio a conocer en el periódico reyista La voz de Nuevo León: “el fuego (…) hizo presa del magnifico edificio que constituía el puente San Luisito, (…), extendió sus devastadores efectos a un gran numero de establecimientos de comercios en pequeño y casillas laterales del mismo puente”.

2sanluis2.jpg

El Sr. Fortunato Villarreal volvió a construir un nuevo puente, mismo que duró poco en pie, pues la inundación de 1909, destruyó la parte sur del puente y no pudo ser reconstruido por las eventualidades de la revolución, por la muerte del señor Villarreal y la falta de disponibilidad de los gobiernos posteriores. Años después, el puente fue demolido, y en el año de 1976 se construyó un moderno puente llamado Puente Nuevo San Luisito, posteriormente fue nombrado como Puente del Papa en honor a la visita de Juan Pablo II a la ciudad de Monterrey en enero de 1979.

Desde sus inicios el llamado Puente San Luisito ha sido una importante liga de tránsito y comercio para la población, y a pesar de que ha sufrido significativas transformaciones, sigue siendo un punto de referencia importante en la historia de la ciudad.


Fuentes consultadas:

  • Saldaña, José P. Episodios de ayer, Monterrey, .N.L. Sistemas y Servicios Técnicos, 1959. p.190.
  • Periódico El Porvenir: 19 de agosto de 1951 y 4 abril de 1975.


Plaza de la Llave (hoy Plaza de la Purísima).

3plazallave.jpg

Hace años, la Plaza de la Purísima era una explanada conocida como la Plaza de los Arrieros, ya que era un lugar al que concurrían los comerciantes en sus carros tirados por mulas, caballos y burros. Los cargamentos con productos como el algodón, trigo, géneros de seda y otros, eran intercambiados o vendidos, mientras que artículos regionales como el maíz, piloncillos, rebozos y zarapes eran ofrecidos para su venta en otros lugares del país.

El gobierno de Santiago Vidaurri impulsó la idea de construir en la Plaza de los Arrieros una alameda, propuesta que no fue del agrado de los vecinos del lugar, quienes alegaron que el terreno era impropio para la plantación de árboles. No obstante el gobernador siguió adelante con el proyecto y se edificó la plaza. Poco después, la plaza fue arreglada con elementos de ornato que pertenecieron a la Plaza Zaragoza. El primero fue una fuente de mármol, obra del escultor Mateo Matei, la cual fue traslada a la Plaza de la Purísima en el año 1894.

El segundo fueron ocho arbotantes de hierro que constituyen un ejemplo del trabajo de fundición antigua.

Otras mejoras en la plaza fueron la creación de una calzada que rodeaba la plaza, para el paso de los coches y jinetes. Posteriormente se arregló solo para el camino de peatones, además fueron colocadas bancas y glorietas de cantera en los andadores de la plaza.

En 1865 se renombró a la Plaza de la Purísima con el nombre de Plaza de la Llave, en honor al general republicano Ignacio de la Llave por su valor durante la intervención francesa. No obstante hasta la fecha prevalece el nombre de Plaza de la Purísima.

La vida pública ligada a la plaza también ha sufrido muchas transformaciones. De ser en el pasado el punto de encuentro para carretoneros y comerciantes, se convirtió en un espacio público céntrico para los núcleos de población que se fueron asentando alrededor. José Navarro señala que en el barrio de la Purísima se establecieron familias conocidas como los Morales, los Treviños, los Morelos, los Zaragoza, los Sepúlveda, los Barredo, los Zambrano, los Padilla, los Medina. Los paseos en familia y las asistencias dominicales a misa en el Templo de la Purísima también era parte del cuadro cotidiano. Ejemplo de ello también fueron las famosas y tradicionales serenatas, actividad en la que también se competía con las serenatas de la Plaza Zaragoza.

En 1948 el gobierno taló las palmas del camellón de la calle de Hidalgo y destruyó el jardín de la Plaza de la Purísima, estas obras se hicieron con el fin de reducir una parte de la plaza, y así ampliar la avenida Hidalgo y las calles de Mier, Zarco y Serafín Peña. La disminución de la plaza se justifico bajo el argumento del congestionamiento de tránsito en el sector, en bienestar de las necesidades de la población y con el compromiso de respetar la vista de la iglesia como del parque de la Purísima.

A pesar de la citada reducción, la Plaza de la Purísima permaneció siendo un lugar de tradición para la ciudad. Actualmente siguen pie, no solo conservando en la memoria de los regiomontanos las vivencias de sus épocas de brillo, sino también perdurando su legado como un lugar tradicional en conjunto con el Templo de la Purísima.

 

Fuentes consultadas:

  • Saldaña, José P. Estampas antiguas de Monterrey, Monterrey, NL., 1981. p. 513-519.
  • Periódico El Porvenir: 28 de octubre 1940, 4 marzo 1962.


Teatro Juárez.

4interiorteatro.jpg

Los orígenes del teatro en Monterrey, se remontan a la primera mitad del siglo XIX, cuando diversas compañías de teatro, llegaban a la ciudad para ofrecer su espectáculo, en el patio del entonces Seminario o en el salón de actos del Palacio del Gobierno. Con el tiempo se planeó dotar a la ciudad de un espacio construido especialmente para la representación de obras teatrales extranjeras y nacionales. Este objetivo se concretó con la construcción del teatro Lírico, promovido por una Sociedad Anónima, el cual fue inaugurado en el gobierno de Santiago Vidaurri en el año de 1857; acogió con entusiasmo a las compañías de ópera, opereta, drama y zarzuela durante casi más de cuarenta años, hasta el año de 1896, cuando un incendio acabo con el edificio.

Para llenar el vacío provocado por la ausencia de un centro teatral, los señores Juan Chapa Gómez y Miguel Quiroga, iniciaron la construcción de un nuevo teatro. De esta manera se edificó el Teatro Juárez en Monterrey, ubicado sobre las calles de Allende y Escobedo, el cual abrió sus puertas al público regiomontano el 15 de septiembre de 1898 con la ópera La Traviata, interpretada por el tenor José Vigil y Robles y la soprano Soledad Goizueta. Esta obra tuvo una escasa concurrencia, debido a que entre la población, se rumoró la versión de que el edificio estaba mal construido, mensaje alimentado aún más, con la caída de una pared en la parte posterior del edificio, días previos a la inauguración.

Sin embargo la confianza entre el público fue recuperada con la celebración de la ceremonia de Independencia de México, realizada en el mismo recinto. Esta vez con gran concurrencia, la compañía de Augusto Moteloé montó la obra Robo en despoblado, y en la noche actuó la Cía Opera de Soledad Goyzueta. En este teatro Monterrey disfrutó de importantes obras y artistas destacados, entre los que se pueden mencionar: Esperanza Iris, Prudencia Grifell, María del Carmen Martínez, Matilde Cires Sánchez, Joaquín Coss, Ricardo Mutio, Paco Martínez, Felipe Montoya de Alarcón, Domingo Soler (padre), Jesús Ojeda y otros. Entre las operetas se cuentan: La Divorciada, La casta Susana, La Viuda Alegre, El Encanto de un Vals, Las Campanas de Carrión, La Duquesa de Ball Tabarín, El Duó de la Africana, Lohegrin, El Puñao de Rosas, El Pobre Balbuena, Musas Latinas y más.

4teatro.jpg

El Teatro Juárez, edificado en su mayor parte de madera y decorado con ricas ornamentaciones, tenía la singularidad de que las butacas podían ser retiradas para efectuar dentro del local eventos sociales, como el banquete ofrecido en honor al general Porfirio Díaz el 20 de diciembre de 1898. Este recinto apenas duró diez años, pues en marzo de 1909 fue consumido por un incendio, que se dice, era visible desde la Plaza de la Purísima.

Ante este incidente los señores Quiroga y Chapa Gómez, construyeron con la ayuda del gobierno de Bernardo Reyes, un nuevo teatro en el mismo lugar donde se encontraba el Juárez, titulándolo Teatro Independencia, y fue escenario de importantes obras artísticas. En 1937 fue remodelado y cambió su nombre por el de Teatro Rex, el cual desapareció con las obras de la Macroplaza, realizadas en los años ochentas con el gobernador Alfonso Martínez Domínguez.


Fuentes consultadas:

  • Ayala Duarte, Alfonso. Músicos y música popular en Monterrey (1900-1940). Monterrey, México: UANL, 1998. p. 93-118.
  • Elizondo Elizondo, Ricardo. Monterrey, 1880-1930: presas de un lente objetivo. Monterrey, N.L.: Tecnológico de Monterrey, 2001.
  • Saldaña, José P. Estampas Antiguas de Monterrey, Monterrey, N.L. : Gobierno del Estado de Nuevo León, 1981.
  • Periódico El Porvenir, 10 de septiembre de 1942.


Real Hospital de Pobres de Nuestra Señora del Rosario (edificio actual del Colegio Civil).

5hospital2.jpg

El Real Hospital de Nuestra Señora del Rosario fue una de las primeras obras promovidas por del tercer obispo del Nuevo Reino de León Andrés Ambrosio Llanos y Valdés en el proyecto llamado Repueble de norte, que tenía como fin cambiar el centro de la ciudad al norte, por estar en un nivel alto, y protegía a la gente y a los edificios de las frecuentes inundaciones, el plan incluía levantar obras como la Catedral Nueva, el Convento de Capuchinas y el Colegio de Propagación de la Fe.

Las obras del Hospital dieron inicio en el año 1794 bajo la supervisión del obispo y del arquitecto Juan Crousset, originario de Francia y quien fue solicitado por el propio obispo a la Academia de San Carlos de la Ciudad de México. Lamentablemente con la llegada del nuevo gobernador militar del Nuevo Reino de León, Simón Herrera y Leyva, la oposición del gobernador vino a razón de no haber acordado con el obispo la autorización de las obras, como lo estipulaba la Real Ordenanza de Intendentes; y sobre todo el cambio de asentamiento de la ciudad.

En el año de 1797 se suspendieron todas las obras que el obispo Llanos había emprendido, el edificio del hospital quedó inconcluso y la plaza que se construyó en esa misma área se abandonó también. Lo curioso es que solo un año después este edificio funcionó como hospital debido a la emergencia provocada por la peste de viruela, el mismo gobernador Herrera se encargo de administrar su uso, ubicando a los enfermos en las piezas que estaban destinadas para ser enfermerías.

Más tarde el edificio fue abandonado, pero la utilidad de este inmueble lo destino para múltiples funciones, lo que una vez fue proyectado para servir como hospital, siguió un camino diverso: fue utilizado como cuartel militar durante las guerra de independencia y la intervención norteamericana, en 1852 se designo el Cuartel del Hospital como sede para el establecimiento del Colegio Civil, proyecto que se concretó formalmente el 30 de octubre de 1859. También funciono como asiento temporal de la escuela Normal Miguel F. Martínez. La misión educativa se prolongo al ser el elegido como el edificio sede para la creación de la Universidad de Nuevo León en el año de 1933. Ocupación que se extendió hasta 1961 año en que queda habilitada la nueva sede en Ciudad Universitaria y sus respectivos campus. No obstante el inmueble siguió funcionando como espacio de la universidad y en el se realizaban actividades académicas y culturales.

Desde el año 2004 y gracias a un proyecto de restauración acordado entre la Universidad y el gobierno del estado, el edificio se convirtió en el Centro Cultural Universitario de la UANL.

NOTA: No confundir con el Hospital de Nuestra Señora del Rosario (1793-1859), que operó en la Casa del Agrarista (o del campesino).




Fuentes consultadas:

  • Flores Salazar, Armando V. “Memorial. Lectura arquicultural del edificio del Colegio Civil”, UANL, Monterrey, 2007, p. 27 -40.
  • Tapia Méndez, Aureliano. Don Andrés Ambrosio de Llanos y Valdés, el tercer obispo del Nuevo Reino de León. Ayuntamiento de Monterrey, Universidad Autónoma de Nuevo León. Monterrey: 1996.


Molino “El Hércules”

molino hercules

Durante gran parte de su historia, la principal actividad económica de Nuevo León fue la agricultura y la ganadería, por lo que ha mediados del siglo XIX surgieron en Monterrey una serie de pequeñas industrias y talleres que se especializaron en la fabricación de equipos para la agricultura y algunos productos del campo. De esta manera surgieron algunos molinos de agua en las cercanías de los ojos de agua de Santa Lucía, por el rumbo del barrio de las Tenerías.

Gabino Sanmiguel fue el promotor de esta industria y lidió con serias dificultades para establecer la fábrica, tales como la falta de maquinaria y operarios. La primera acción que se realizó fue conducir la corriente del agua de la acequia de la villa de Guadalupe hacia el terreno donde ubico el molino: un predio al noreste de la ciudad, propiedad que perteneció a Juan Ramos y Rafael Canales. El terreno estaba situado al sur con la calle del Rincón del Diablo (actual González Ortega), al norte la ya mencionada acequia de villa de Guadalupe (actual hoy Canal de Santa Lucía) y al oriente con la calle Chilardi (Héroes del 47).

Las labores para la construcción del molino quedaron a cargo del estadounidense Santiago E. Cole quien había llegado a la región del noreste durante la intervención norteamericana y se estableció en la ciudad Linares, N.L. Entre 1862 y 1863 el molino ya estaba en funcionamiento, triturando trigo y aserrando madera.

Años después, la fábrica estuvo paralizada debido a que su propietario se dedico a explotar en compañía de su socio Ramón Lafón la hacienda de San Lorenzo de la Laguna en Coahuila. En 1876 Valentín Rivero, un destacado español comerciante, junto con Catarino Peña y Alejandro Faulac, recibió el molino en pago por diversos préstamos otorgados a Sanmiguel y Lafon.
En manos de Valentín Rivero, el molino recibió un nuevo impulso. Para 1888 fue renovada la maquinaria y se modernizaron las instalaciones, se inicio la producción de almidón, además de la de harina. La importancia de la fábrica fue creciendo y sus productos llegaron a partes de Nuevo León, Zacatecas, Aguascalientes y otros estados. Participó en la Primera Exposición Industrial de Monterrey en 1880, en 1888 en la Exposición Internacional de San Antonio, Texas y en el siguiente año en la Exposición Internacional de París, Francia, dónde recibió una medalla y un diploma por la calidad de su harina. El molino estuvo activo hasta finales del siglo XIX.

Las instalaciones del molino fueron ocupadas por la primera Fábrica de Mosaicos, propiedad de Eduardo Gaja, sobrino de Rivero. Esta fábrica estuvo activa hasta el año de 1946. En 1948 el terreno del molino fue vendido por la empresa Materiales Aislantes que funcionó hasta mediados de los años setenta. A mediados de los años ochentas fueron construidos los condominios La Finca, y gracias a la intervención del INAH-N.L. se pudo conservar la barda perimetral original del antiguo molino de El Hércules. Recientemente la barda perimetral, construida de sillar y piedra laja, fue declarada en rescate y conservación, en las obras de 2006 del proyecto Integración urbanística Macroplaza-Parque Fundidora, pues la barda encontraba en mal estado. Hoy la barda sigue en pie en representación y símbolo de los barrios y la industria de la ciudad.


Fuentes Consultadas:

  • Ovalle Salas, Mónica. “El último vestigio del molino El Hercules,” en Atisbo, mayo-junio. 2007, año 2-número 8. p. 5-10
  • Rubio Cano, Raúl. “Recuperan osamentas en Santa Lucía…Y la barda del Molino Hércules”, en el periódico El Regio, Monterrey, 19 de septiembre de 2006, p.14-15.
  • Sifuentes Espinoza, Daniel. Empresa y tecnología en Nuevo León en el siglo XIX. (Parte I), en CIENCIA UANL, abril-junio, año 2004/vol.VII, número 2, p.145-149.


Fortín de las Tenerías.

Tenerías

Durante la última década del siglo XVIII el gobernador del Nuevo Reino de León, Simón Herrera y Leyva, llevó a cabo importantes obras urbanas, entre estas, la canalización del río de Santa Lucía y la construcción del puente de la Presa Grande en la parte oriente de la ciudad.
En la misma época el Ayuntamiento regiomontano otorgó mercedes a los vecinos del lugar, quienes aprovechando el agua de la presa, dieron lugar al nacimiento a las primeras industrias de Monterrey: los talleres de curtiduría de pieles, que se ubicaron en el área Noreste de la ciudad, dándole así el nombre de Barrio de las Tenerías. Este rubro permaneció en oficio hasta los primeros decenios del siglo XX.
Durante la invasión norteamericana en el año de 1846, los trabajos para la defensa de Monterrey, incluyeron la construcción de fortines en esta zona. El fortín de las Tenerías (construido por las calles de Washington y Héroes del 47), fue escenario importante en las batallas de Monterrey: “de unos 50 metros de largo, contaba con un parapeto parcialmente cubierto con sacos de tierra, abertura de cañones y un foso al frente”.

tenerias.jpg

Las tropas norteamericanas iniciaron el ataque al lado oriente de la ciudad, llegando hasta el fortín de las Tenerías. Tres ataques resistió el fuerte, relata el militar e historiador Manuel Balbotín: “Las milicias mexicanas rechazaron los dos primeros, pero al tercero tuvieron que abandonarlo. Cuando los americanos vieron que el Fortín de las Tenerías estaba ya abandonado lanzaron tres hurras y lo ocuparon precipitadamente. Izaron su bandera. El fuerte fue tomado por el primer regimiento del Mississipi y los rifleros de Tennesse y los rifleros de Mississipi.”
Hoy en día en el paseo de Santa Lucía se puede observar una placa conmemorativa al Fortín de las Tenerías, como referencia histórica de la batalla, y en honor al valor y sacrificio de los soldados mexicanos.


Fuentes consultadas:

  • Martínez Garza, Óscar E. “Encuentro con el Barrio Antiguo de Monterrey”, UANL, Monterrey, México, 1999. P. 28-29.
  • Valtier, Ahmed. “Fatídico asalto a Monterrey. Marcha hacia la boca de los cañones.”, en Atisbo, sept-oct. 2006, año 1-número 4. p. 19-27.
  • Periódico El Porvenir, 9 marzo 1933, 28 octubre 1934, 21 septiembre 1946.


El Callejón del Diablo.

fortin daiblo.gif

El Callejón del Diablo es otro de los sitios de combate de las batallas de Monterrey durante la invasión norteamericana en el año de 1846. Este callejón era “un antiguo y típico laberinto de callejones estrechos” ubicado al oriente del hoy barrio antiguo. Su nombre se remonta al año de 1815, cuando en estos callejones se reunían los primeros grupos masónicos de la ciudad y se rumoraba la práctica de la brujería, por lo que se empezó a conocer popularmente con ese mote
.
En este sitio, conocido también como Rincón del Diablo, se construyó un punto defensivo durante el ataque norteamericano a Monterrey en septiembre de 1846. Conocido militarmente como el fortín del Diablo, su ubicación se encontraba en las actuales calles de Naranjo, entre las calles. Matamoros y Allende. En este fortín y en de la Purísima las fuerzas mexicanas replegaron sus fuerzas, habiendo una vez perdido el Fortín de las Tenerías.

mapa diablo

Durante el ataque las fuerzas americanas fueron rechazadas antes de tomar refuerzos y dirigirse al reducto de la Purísima. Al respecto, un militar mexicano refirió que “fue infructuoso el intento del general Buttler de tomar el Rincón (del Diablo) porque, según se le oyó decir lo halló perfectamente defendido y tuvo que retirarse”.

El Rincón del Diablo, es ubicado como un lugar histórico en la ciudad de Monterrey y un referente en la batalla de Monterrey. Por este motivo, en marzo del 2008 el Museo de Historia Mexicana lo incluyó en el recorrido histórico titulado Andares de la Historia.


Fuentes consultadas:
  • Martínez Garza, Óscar E. “Encuentro con el Barrio Antiguo de Monterrey”, UANL, Monterrey, México, 1999. P. 28-29.
  • Periódico El Porvenir, 17 diciembre de 1934, 17 diciembre 1995.
  • Rubio Cano, Raúl. “Pertenecen osamentas a fosa común. De las batallas de la invasión norteamericana”, en el periódico El Regio, Monterrey, 20 de septiembre de 2006, p.15.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu Comentario.